Por fin había
conseguido parar el tiempo. Allí tumbado sobre la cama, miraba un techo blanco
y lleno de humedad. En esos momentos el mundo estaba parado a su alrededor. No
necesitaba un reloj para saberlo, solo esa sensación de calma y plenitud que le
llenaba envuelto sobre unas sábanas que desprenden un leve olor a sexo. Una
suave esencia que respira mientras palpa la calidez que emana aquella cama. Sus
ojos siguen centrados en un techo inmutable, mientras que el silencio que rodea
a sus oídos es absoluto. Son las 4 de la mañana, ese punto de inflexión entre
el sueño y el cansancio acumulado junto a un punto de lucidez. Un momento
extraño en el que todos sus problemas y preocupaciones parecen distintos. La
perspectiva de su vida es distinta entre aquellas sábanas sudadas y llenas de
humanidad, mezcladas con todas las experiencias de un día. Ahí es donde ha parado
el tiempo. Todo su mundo se para en ese instante en el que no pasa nada. Puede
pensar la respuesta a todos sus problemas en aquel momento, donde atesora toda
la experiencias de las últimas horas. Es posible que cada día sea como una
pequeña vida que termina al dormir, donde los instantes anteriores a conciliar
el sueño pueden ser los momentos de mayor experiencia y su senectud del día a día.
Es la pequeña antesala a la muerte, para volver a nacer a la mañana siguiente,
nuevo y un poco más mayor. Pero siempre con el recuerdo de su vida anterior… en
este caso unas sábanas que siempre estarán igual, con ese aroma a sexo y esa
calidez.
dead leaves and the dirty ground... (when I know you're not around)
martes, 6 de noviembre de 2012
lunes, 29 de octubre de 2012
El árbol

martes, 3 de julio de 2012
En el coche
Las luces se
cruzan en su rostro una tras otra. Quedan atrás con todo los demás. El viento
fresco de la noche de verano entra por la ventanilla y le llena los pulmones
con cada fuerte respiración. A cada poco que pisa el acelerador más adrenalina
se le inyecta en el pecho. Su pulso se torna cada vez más frenético, mientras sus manos sujetan con
firmeza el volante. El asfalto no respira por donde pasa. Los demás coches se
apartan de su camino. Mientras su cabeza hacía memoria de cómo había llegado
hasta ese coche. No en esa noche. Ni en ese día. Sino en mucho tiempo atrás…
Cómo había pasado el tiempo delante de sus ojos, los cuales ya no era verdes
con el sol del verano; sino oscuros y profundos. Se había quitado esa máscara
de niño para poder subir a ese coche, y sentí como rugía el motor. Cada gota de gasolina que
explotaba.
Al principio Él
no sería quién llevaría ese coche, solo. Estaría acompañado. Siempre hubo
varias especiales, morenas, de piel clara y altas o bajitas y de ojos azules.
Cada una duraba menos que la anterior y el final se hacía menos soportable.
Eran demasiadas las muescas que había detrás de aquella máscara que iba al
volante. Puede ya no llevara el rostro de un niño, pero por debajo de sus
facciones adultas, la gomina y la barba de más de un mes; había un niño mutilado
por dentro. Cada una de esas experiencias era un corte más en su cuerpo, que
nunca dejaba de sangrar. Ello lo había llevado solo a ese coche en aquella
noche de verano. Le gustaría que todo fuera un sueño, un mal sueño. Mientras su pecho deseaba más
velocidad su alma deseaba que lo que vivía no fuera más que su fantasma del
verano futuro. Uno lejano que nunca debía de llegar a cumplirse. Un aviso de cómo podría llegar solo a ese
coche.
Sin embargo no
había sueño alguno. Esa realidad estaba viva, y cada vez parecía estarlo más.
Porque más era la sangre que recorría sus venas cuando, saliendo de la ciudad,
cada vez estaba más cerca del muro. A cada centímetro de distancia que se
quitaba con el hormigón mayores palpitaciones sentía. Sus ojos, abiertos a no
poder y el ceño fruncido en concentración eran los únicos atisbos de humanidad
que parecía que todavía quedaban en aquel semblante frío y por dentro tan
mutilado. Pero al final tenía que quitarse esa máscara de hombre, para pudiera
respirar por dentro. No podía dejar que aquel peso le siguiera asfixiando. Para
cuando se la pudo quitar, tocó el muro. Cinco años habían pasado para llegar
hasta ese coche. Ya no pasaría más tiempo…
domingo, 27 de mayo de 2012
Cortar la meada
Acabas de ver en
tu reloj como las agujas marcan las doce. Estás cansado, y miras la pared
mientras meas en aquellos lavabos vacíos. El aire está cargado de un olor a
orín rancio y por el hilo musical suena algo de Alejandro Sanz. Una buena forma
de terminar la noche. Fuera de esos baños no te espera nadie. Ni un amigo, ni
una chica. El centro comercial está vacío, y acabas de salir de ver una
película. Solo, como de costumbre.
No estuvo mal, si
obviamos a los niños de delante cuyos padres pasaron de ellos. No sabías muy a
bien a quién te habría gustado asfixiar por detrás, a los niños o a los padres…
o a todos, aunque eso era más complicado solo por el hecho de gente poniéndose
a chillar, gritar y que no podrías terminar de ver la película. Allí de pié,
mientras te sientes un poco más ligero reflexionas sobre qué harás a
continuación. Coger el coche y volver a casa, donde te esperan tus padres
dormidos en el sofá del salón, en bata y cogidos de la mano con el especial de
Eurovisión. Aunque al menos cuando entres por la puerta el perro será quien
despierte y quizá hasta se gire, mueva la cola, y luego siga durmiendo como si allí
no hubiera pasado nada. Solo un fantasma. Por el contrario siempre puedes ir a
dar una vuelta, hacer algo para variar. Aparcar los libros y tomar el aire,
para vivir un sensación. O vivir algo. Ir solo con el coche (o mejor dicho el
de tu madre) y tu L detrás siendo el rey del mundo, que tarda en aparcar en
línea un cuarto de hora.
Podrías ir a
algún pub, bailar, tomarte algo, acercarte por detrás a alguna chica,
susurrarle algo al oído mientras le acaricias las caderas y bailas con ella.
Ella sonreirá, tu sonreirás y luego te la llevarás en el coche a un sitio
apartado. La dejarás en casa y quizá te su número, su Tuenti, su Facebook… Cuando
la agregues a tu Facebook tu madre verá los comentarios que te deje, hará
preguntas y se correrá la voz. Con tu madre está casi toda tu familia, la cual
está demasiado informatizada. Hablará, harán comentarios… Poco después tu tía
abuela, la snob que presume de ser muy moderna por usar Twitter y muy progre
por seguir a Escolar y Llamazares, empezará a hacerte preguntas en la próxima
comida familiar en la que coincidas. Luego serán tus tías, tu tío, el salido;
tu madre y finalmente tu padre, quien empezará a hacer preguntas sobre dónde
estuviste con el coche esa noche en la que solo ibas a ir al cine.
Terminas la
meada, te lavas las manos, te secas y marchas a casa.
viernes, 11 de mayo de 2012
Viaje en el tiempo
Abrió las puertas de
aquel portal metálico, calentado por el ambiente y pesado de mover, mientras un
cielo gris le vigilaba desde arriba y un aire cargado y ligero despeinaba el
cabello sucio y enmarañado, despertándole del coma en el que llevaba desde que
se había levantado esa mañana gris.
No tenía porque irse
a casa, a la que era su casa. Llevaba mucho tiempo sin volver a la que fuera la
habitación en la que pasó demasiadas tardes lanzando una pelota de tenis contra
una pared, leyendo sobre su cama, estudiando o simplemente llevando a alguna
chica. Por esas paredes habían pasado muchos personajes, desde Sid Vicious hasta
Jack Skeleton pasado Rent Boy y Sick Boy. Estos últimos le habían acompañado a
la que ahora era no su nueva casa, un pedacito del pasado, pero sí el alto en
el camino que tenía que dar para tener una propia; su propio hogar… suyo. Qué
extraño sonaba decir que tendría algo propio.
Cada vez que salía
del portal de ese edificio para volver a la que “es” su casa, tenía la
sensación de llegar a una realidad distinta a la suya. Un mundo al que no
pertenecía. Algo que murió hace poco, pero que estaba irremediablemente muerto.
El viaje de regreso siempre era extraño. Salía del portal con su maleta gris y
su portátil, en un ambiente acalorado pero con nubarrones grises sobre su
cabeza. Hacía poco que los estudiantes habían dejado la ciudad y volvieron a
los que seguramente todavía eran sus hogares, a los que estaba atados por
vivencias y experiencias a lo largo de su corta vida. Sin embargo mientras Él
caminaba por una acera desierta camino del tren que le llevaría a “casa”
pensaba que cada paso que daba era un viaje a otra realidad. El tren era su
particular nave hacia otro mundo, un mundo lleno de imaginería infantil y
recuerdos, puesto que realmente era lo único que le quedaba en él para Él.
Al bajarse del tren,
ese aire impregnado de gasolina y humo de las locomotoras le hacía ver dónde
estaba de verdad. Casi en casa. Todo le parecía distante, como si el tiempo
allí pasara más despacio y tras subir al coche que lo llevaría a su destino, a
medida que se acercaba todo iba más despacio hasta detenerse.
Volver a “casa” era
como cuando escuchaba una vieja canción. Después de un tiempo le gustaba
recordarla, pero siempre sabía la nota que vendría, una tras otra, y siempre le
aburría. Al final siempre era la misma canción que escuchara anteriormente
tantas veces, y cada vez que la escuchaba ésta pasaba más y más lenta, quedando
menos de la sensación original.
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