Por fin había
conseguido parar el tiempo. Allí tumbado sobre la cama, miraba un techo blanco
y lleno de humedad. En esos momentos el mundo estaba parado a su alrededor. No
necesitaba un reloj para saberlo, solo esa sensación de calma y plenitud que le
llenaba envuelto sobre unas sábanas que desprenden un leve olor a sexo. Una
suave esencia que respira mientras palpa la calidez que emana aquella cama. Sus
ojos siguen centrados en un techo inmutable, mientras que el silencio que rodea
a sus oídos es absoluto. Son las 4 de la mañana, ese punto de inflexión entre
el sueño y el cansancio acumulado junto a un punto de lucidez. Un momento
extraño en el que todos sus problemas y preocupaciones parecen distintos. La
perspectiva de su vida es distinta entre aquellas sábanas sudadas y llenas de
humanidad, mezcladas con todas las experiencias de un día. Ahí es donde ha parado
el tiempo. Todo su mundo se para en ese instante en el que no pasa nada. Puede
pensar la respuesta a todos sus problemas en aquel momento, donde atesora toda
la experiencias de las últimas horas. Es posible que cada día sea como una
pequeña vida que termina al dormir, donde los instantes anteriores a conciliar
el sueño pueden ser los momentos de mayor experiencia y su senectud del día a día.
Es la pequeña antesala a la muerte, para volver a nacer a la mañana siguiente,
nuevo y un poco más mayor. Pero siempre con el recuerdo de su vida anterior… en
este caso unas sábanas que siempre estarán igual, con ese aroma a sexo y esa
calidez.
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