Abrió las puertas de
aquel portal metálico, calentado por el ambiente y pesado de mover, mientras un
cielo gris le vigilaba desde arriba y un aire cargado y ligero despeinaba el
cabello sucio y enmarañado, despertándole del coma en el que llevaba desde que
se había levantado esa mañana gris.
No tenía porque irse
a casa, a la que era su casa. Llevaba mucho tiempo sin volver a la que fuera la
habitación en la que pasó demasiadas tardes lanzando una pelota de tenis contra
una pared, leyendo sobre su cama, estudiando o simplemente llevando a alguna
chica. Por esas paredes habían pasado muchos personajes, desde Sid Vicious hasta
Jack Skeleton pasado Rent Boy y Sick Boy. Estos últimos le habían acompañado a
la que ahora era no su nueva casa, un pedacito del pasado, pero sí el alto en
el camino que tenía que dar para tener una propia; su propio hogar… suyo. Qué
extraño sonaba decir que tendría algo propio.
Cada vez que salía
del portal de ese edificio para volver a la que “es” su casa, tenía la
sensación de llegar a una realidad distinta a la suya. Un mundo al que no
pertenecía. Algo que murió hace poco, pero que estaba irremediablemente muerto.
El viaje de regreso siempre era extraño. Salía del portal con su maleta gris y
su portátil, en un ambiente acalorado pero con nubarrones grises sobre su
cabeza. Hacía poco que los estudiantes habían dejado la ciudad y volvieron a
los que seguramente todavía eran sus hogares, a los que estaba atados por
vivencias y experiencias a lo largo de su corta vida. Sin embargo mientras Él
caminaba por una acera desierta camino del tren que le llevaría a “casa”
pensaba que cada paso que daba era un viaje a otra realidad. El tren era su
particular nave hacia otro mundo, un mundo lleno de imaginería infantil y
recuerdos, puesto que realmente era lo único que le quedaba en él para Él.
Al bajarse del tren,
ese aire impregnado de gasolina y humo de las locomotoras le hacía ver dónde
estaba de verdad. Casi en casa. Todo le parecía distante, como si el tiempo
allí pasara más despacio y tras subir al coche que lo llevaría a su destino, a
medida que se acercaba todo iba más despacio hasta detenerse.
Volver a “casa” era
como cuando escuchaba una vieja canción. Después de un tiempo le gustaba
recordarla, pero siempre sabía la nota que vendría, una tras otra, y siempre le
aburría. Al final siempre era la misma canción que escuchara anteriormente
tantas veces, y cada vez que la escuchaba ésta pasaba más y más lenta, quedando
menos de la sensación original.
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