Las luces se
cruzan en su rostro una tras otra. Quedan atrás con todo los demás. El viento
fresco de la noche de verano entra por la ventanilla y le llena los pulmones
con cada fuerte respiración. A cada poco que pisa el acelerador más adrenalina
se le inyecta en el pecho. Su pulso se torna cada vez más frenético, mientras sus manos sujetan con
firmeza el volante. El asfalto no respira por donde pasa. Los demás coches se
apartan de su camino. Mientras su cabeza hacía memoria de cómo había llegado
hasta ese coche. No en esa noche. Ni en ese día. Sino en mucho tiempo atrás…
Cómo había pasado el tiempo delante de sus ojos, los cuales ya no era verdes
con el sol del verano; sino oscuros y profundos. Se había quitado esa máscara
de niño para poder subir a ese coche, y sentí como rugía el motor. Cada gota de gasolina que
explotaba.
Al principio Él
no sería quién llevaría ese coche, solo. Estaría acompañado. Siempre hubo
varias especiales, morenas, de piel clara y altas o bajitas y de ojos azules.
Cada una duraba menos que la anterior y el final se hacía menos soportable.
Eran demasiadas las muescas que había detrás de aquella máscara que iba al
volante. Puede ya no llevara el rostro de un niño, pero por debajo de sus
facciones adultas, la gomina y la barba de más de un mes; había un niño mutilado
por dentro. Cada una de esas experiencias era un corte más en su cuerpo, que
nunca dejaba de sangrar. Ello lo había llevado solo a ese coche en aquella
noche de verano. Le gustaría que todo fuera un sueño, un mal sueño. Mientras su pecho deseaba más
velocidad su alma deseaba que lo que vivía no fuera más que su fantasma del
verano futuro. Uno lejano que nunca debía de llegar a cumplirse. Un aviso de cómo podría llegar solo a ese
coche.
Sin embargo no
había sueño alguno. Esa realidad estaba viva, y cada vez parecía estarlo más.
Porque más era la sangre que recorría sus venas cuando, saliendo de la ciudad,
cada vez estaba más cerca del muro. A cada centímetro de distancia que se
quitaba con el hormigón mayores palpitaciones sentía. Sus ojos, abiertos a no
poder y el ceño fruncido en concentración eran los únicos atisbos de humanidad
que parecía que todavía quedaban en aquel semblante frío y por dentro tan
mutilado. Pero al final tenía que quitarse esa máscara de hombre, para pudiera
respirar por dentro. No podía dejar que aquel peso le siguiera asfixiando. Para
cuando se la pudo quitar, tocó el muro. Cinco años habían pasado para llegar
hasta ese coche. Ya no pasaría más tiempo…
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