martes, 6 de noviembre de 2012

Parar el tiempo


Por fin había conseguido parar el tiempo. Allí tumbado sobre la cama, miraba un techo blanco y lleno de humedad. En esos momentos el mundo estaba parado a su alrededor. No necesitaba un reloj para saberlo, solo esa sensación de calma y plenitud que le llenaba envuelto sobre unas sábanas que desprenden un leve olor a sexo. Una suave esencia que respira mientras palpa la calidez que emana aquella cama. Sus ojos siguen centrados en un techo inmutable, mientras que el silencio que rodea a sus oídos es absoluto. Son las 4 de la mañana, ese punto de inflexión entre el sueño y el cansancio acumulado junto a un punto de lucidez. Un momento extraño en el que todos sus problemas y preocupaciones parecen distintos. La perspectiva de su vida es distinta entre aquellas sábanas sudadas y llenas de humanidad, mezcladas con todas las experiencias de un día. Ahí es donde ha parado el tiempo. Todo su mundo se para en ese instante en el que no pasa nada. Puede pensar la respuesta a todos sus problemas en aquel momento, donde atesora toda la experiencias de las últimas horas. Es posible que cada día sea como una pequeña vida que termina al dormir, donde los instantes anteriores a conciliar el sueño pueden ser los momentos de mayor experiencia y su senectud del día a día. Es la pequeña antesala a la muerte, para volver a nacer a la mañana siguiente, nuevo y un poco más mayor. Pero siempre con el recuerdo de su vida anterior… en este caso unas sábanas que siempre estarán igual, con ese aroma a sexo y esa calidez.

lunes, 29 de octubre de 2012

El árbol


Las hojas del otoño se cruzan en su mirada, mientras el viento agita sobre su cabeza unas ramas cada vez más muertas y vacías. Ella era un reflejo de aquel árbol en medio de un hierba verde y llena de vida, contrastando con un ambiente festivo que parecía vivirse a su alrededor. Bajo esas ramas esperaba, mientras el parque del campus bullía de vida. Su pelo corto trataba de tapar, bailando entre la fría brisa, unos ojos azul claro en los que parecía leerse el dolor y la amargura de una figura abandonada y sombría. Donde su cuerpo es más oscuro que la sombra que proyecta. A pesar de frío húmedo que le calaba los huesos, seguía allí esperando. Ella como aquel árbol. Poco a poco se desvanecía en una mar de vida, como aquel árbol por el cual, verdes enredaderas no cesaban de crecer y cuyas hojas no paraban de caer. Como aquel árbol, desmoronándose poco a poco en medio de todo aquello, como si a todos los que la rodeaban no les importara. Es difícil saber cómo llegó a ese punto, pero al igual que el cambio de estación, es lentamente. Son pequeños momentos los que la condujeron al pie de ese árbol medio muerto, y comenzaron en el momento en el que en ella calló la primera hora. Estaba asfixiada por aquellas enredaderas que le apretaban el cuello y el cuerpo, que le impedían respirar y sentirse libre, cuyas hojas verdes eran mecidas por el viento entre fuertes movimientos y posturas retorcidas que tentaban librarse de ellas y romperlas. Como  cada marca hecha en aquel viejo tronco estaba ella, llena de pequeñas heridas que acababan por desangrarla mientras el rojo escarlata fluía más rápidamente cuanto más trataba de zafarse de esa asfixia desmedida. Cicatrices, que cuanto más luchaba más profundas eran. Allí podría tumbarse en esa alfombra verde, llena de vida, para que el suelo se hundiera y la tragara a dos metro bajo tierra. Donde las enredaderas y los restos de hojas caídas, los restos de ella misma, la cubrían y dejaban ese lugar como una tumba sin nombre.

martes, 3 de julio de 2012

En el coche


Las luces se cruzan en su rostro una tras otra. Quedan atrás con todo los demás. El viento fresco de la noche de verano entra por la ventanilla y le llena los pulmones con cada fuerte respiración. A cada poco que pisa el acelerador más adrenalina se le inyecta en el pecho. Su pulso se torna cada vez más  frenético, mientras sus manos sujetan con firmeza el volante. El asfalto no respira por donde pasa. Los demás coches se apartan de su camino. Mientras su cabeza hacía memoria de cómo había llegado hasta ese coche. No en esa noche. Ni en ese día. Sino en mucho tiempo atrás… Cómo había pasado el tiempo delante de sus ojos, los cuales ya no era verdes con el sol del verano; sino oscuros y profundos. Se había quitado esa máscara de niño para poder subir a ese coche, y sentí  como rugía el motor. Cada gota de gasolina que explotaba.

Al principio Él no sería quién llevaría ese coche, solo. Estaría acompañado. Siempre hubo varias especiales, morenas, de piel clara y altas o bajitas y de ojos azules. Cada una duraba menos que la anterior y el final se hacía menos soportable. Eran demasiadas las muescas que había detrás de aquella máscara que iba al volante. Puede ya no llevara el rostro de un niño, pero por debajo de sus facciones adultas, la gomina y la barba de más de un mes; había un niño mutilado por dentro. Cada una de esas experiencias era un corte más en su cuerpo, que nunca dejaba de sangrar. Ello lo había llevado solo a ese coche en aquella noche de verano. Le gustaría que todo fuera un sueño,  un mal sueño. Mientras su pecho deseaba más velocidad su alma deseaba que lo que vivía no fuera más que su fantasma del verano futuro. Uno lejano que nunca debía de llegar a cumplirse.  Un aviso de cómo podría llegar solo a ese coche.

Sin embargo no había sueño alguno. Esa realidad estaba viva, y cada vez parecía estarlo más. Porque más era la sangre que recorría sus venas cuando, saliendo de la ciudad, cada vez estaba más cerca del muro. A cada centímetro de distancia que se quitaba con el hormigón mayores palpitaciones sentía. Sus ojos, abiertos a no poder y el ceño fruncido en concentración eran los únicos atisbos de humanidad que parecía que todavía quedaban en aquel semblante frío y por dentro tan mutilado. Pero al final tenía que quitarse esa máscara de hombre, para pudiera respirar por dentro. No podía dejar que aquel peso le siguiera asfixiando. Para cuando se la pudo quitar, tocó el muro. Cinco años habían pasado para llegar hasta ese coche. Ya no pasaría más tiempo…

domingo, 27 de mayo de 2012

Cortar la meada


Acabas de ver en tu reloj como las agujas marcan las doce. Estás cansado, y miras la pared mientras meas en aquellos lavabos vacíos. El aire está cargado de un olor a orín rancio y por el hilo musical suena algo de Alejandro Sanz. Una buena forma de terminar la noche. Fuera de esos baños no te espera nadie. Ni un amigo, ni una chica. El centro comercial está vacío, y acabas de salir de ver una película. Solo, como de costumbre.

No estuvo mal, si obviamos a los niños de delante cuyos padres pasaron de ellos. No sabías muy a bien a quién te habría gustado asfixiar por detrás, a los niños o a los padres… o a todos, aunque eso era más complicado solo por el hecho de gente poniéndose a chillar, gritar y que no podrías terminar de ver la película. Allí de pié, mientras te sientes un poco más ligero reflexionas sobre qué harás a continuación. Coger el coche y volver a casa, donde te esperan tus padres dormidos en el sofá del salón, en bata y cogidos de la mano con el especial de Eurovisión. Aunque al menos cuando entres por la puerta el perro será quien despierte y quizá hasta se gire, mueva la cola, y luego siga durmiendo como si allí no hubiera pasado nada. Solo un fantasma. Por el contrario siempre puedes ir a dar una vuelta, hacer algo para variar. Aparcar los libros y tomar el aire, para vivir un sensación. O vivir algo. Ir solo con el coche (o mejor dicho el de tu madre) y tu L detrás siendo el rey del mundo, que tarda en aparcar en línea un cuarto de hora.

Podrías ir a algún pub, bailar, tomarte algo, acercarte por detrás a alguna chica, susurrarle algo al oído mientras le acaricias las caderas y bailas con ella. Ella sonreirá, tu sonreirás y luego te la llevarás en el coche a un sitio apartado. La dejarás en casa y quizá te su número, su Tuenti, su Facebook… Cuando la agregues a tu Facebook tu madre verá los comentarios que te deje, hará preguntas y se correrá la voz. Con tu madre está casi toda tu familia, la cual está demasiado informatizada. Hablará, harán comentarios… Poco después tu tía abuela, la snob que presume de ser muy moderna por usar Twitter y muy progre por seguir a Escolar y Llamazares, empezará a hacerte preguntas en la próxima comida familiar en la que coincidas. Luego serán tus tías, tu tío, el salido; tu madre y finalmente tu padre, quien empezará a hacer preguntas sobre dónde estuviste con el coche esa noche en la que solo ibas a ir al cine.

Terminas la meada, te lavas las manos, te secas y marchas a casa.

viernes, 11 de mayo de 2012

Viaje en el tiempo


Abrió las puertas de aquel portal metálico, calentado por el ambiente y pesado de mover, mientras un cielo gris le vigilaba desde arriba y un aire cargado y ligero despeinaba el cabello sucio y enmarañado, despertándole del coma en el que llevaba desde que se había levantado esa mañana gris. 

No tenía porque irse a casa, a la que era su casa. Llevaba mucho tiempo sin volver a la que fuera la habitación en la que pasó demasiadas tardes lanzando una pelota de tenis contra una pared, leyendo sobre su cama, estudiando o simplemente llevando a alguna chica. Por esas paredes habían pasado muchos personajes, desde Sid Vicious hasta Jack Skeleton pasado Rent Boy y Sick Boy. Estos últimos le habían acompañado a la que ahora era no su nueva casa, un pedacito del pasado, pero sí el alto en el camino que tenía que dar para tener una propia; su propio hogar… suyo. Qué extraño sonaba decir que tendría algo propio.

Cada vez que salía del portal de ese edificio para volver a la que “es” su casa, tenía la sensación de llegar a una realidad distinta a la suya. Un mundo al que no pertenecía. Algo que murió hace poco, pero que estaba irremediablemente muerto. El viaje de regreso siempre era extraño. Salía del portal con su maleta gris y su portátil, en un ambiente acalorado pero con nubarrones grises sobre su cabeza. Hacía poco que los estudiantes habían dejado la ciudad y volvieron a los que seguramente todavía eran sus hogares, a los que estaba atados por vivencias y experiencias a lo largo de su corta vida. Sin embargo mientras Él caminaba por una acera desierta camino del tren que le llevaría a “casa” pensaba que cada paso que daba era un viaje a otra realidad. El tren era su particular nave hacia otro mundo, un mundo lleno de imaginería infantil y recuerdos, puesto que realmente era lo único que le quedaba en él para Él. 

Al bajarse del tren, ese aire impregnado de gasolina y humo de las locomotoras le hacía ver dónde estaba de verdad. Casi en casa. Todo le parecía distante, como si el tiempo allí pasara más despacio y tras subir al coche que lo llevaría a su destino, a medida que se acercaba todo iba más despacio hasta detenerse.

Volver a “casa” era como cuando escuchaba una vieja canción. Después de un tiempo le gustaba recordarla, pero siempre sabía la nota que vendría, una tras otra, y siempre le aburría. Al final siempre era la misma canción que escuchara anteriormente tantas veces, y cada vez que la escuchaba ésta pasaba más y más lenta, quedando menos de la sensación original.