miércoles, 2 de mayo de 2012

Viaje en tren


-¿Cómo quieres crecer? – Preguntó el hombre.

-Esa es una pregunta jodida.

-Ya, bueno, sino no te la haría.

-No te conozco. 

-¿Y crees que yo a ti si?

El tren entra en otro túnel. La luces parpadean, y se escucha del fondo del vagón un ruido metálico. Como si alguna parte de esta vieja cafetera, que a duras penas se mantiene en la vía, estuviera a punto de resquebrajarse. Estaban solos en el vagón.

Era Él y otro Hombre. Sentado justo enfrente suya. Al otro lado de la mesa. En el asiento contiguo había una mochila llena a reventar. Junto a ella una pira de libros, cuyas tapas desgastadas, páginas amarillas y manchadas desprendían ese olor que guarda toda biblioteca centenaria.  

El aspecto del Hombre no tenía nada llamativo. Era extrañamente normal. Totalmente normal. Iba correctamente sentado y llevaba una camiseta gris ajustada de manga larga, unos vaqueros oscuros y algo ceñidos, sumados a unos zapatos marrones y muy desgastados. Parecía que llevaban un camino demasiado largo. Su rostro, era el de cualquier hombre normal, aunque había algo extrañamente familiar. No había ningún rasgo que destacara en nada. Nada concreto, ni nada llamativo. Pero a su vez ese conjunto resultaba magnético. Sus ojos, ojerosos y oscuros, estaban sin brillo. No podías ver ninguna luz reflejada. Esa barba de tres días junto al pelo engominado de hace otros tantos denotaban una gran falta de higiene y aseo personal. Sin embargo, no llegaba  a oler mal. Todo lo contrario. 

El tren salió del túnel con otro estruendo metálico. La luz del sol iluminó el vagón, dejando notar la suciedad de los cristales, en los cuales ya ni se podía leer el mensaje de “Romper en caso de emergencia” y mucho menos se encontraba cerca el martillo. Los asientos estaban agujereados, por cada cráter salía algo de relleno y algún que otro muelle.

Él por el contrario estaba estirado en el asiento. Sus piernas  casi tocaban las de su acompañante. Su pelo estaba limpio, pero sus pantalones ya no tanto. No recordaba de cuándo podría ser esa mancha marrón junto al bolsillo, ¿chocolate, tierra… otra cosa? Su camiseta desprendía un repelente olor a sudor y sus zapatillas nunca fueron lavadas. Sin embargo su cara sí era particular. Sus ojos verdes eran profundos, llenos de vida y con un brillo que reflejaba todo el sol del vagón. Su sonrisa perfecta y milimétrica dejaría a cualquiera rendida. Pero en conjunto… todo fallaba. Estaba vacío.

¿Qué podían mirar con deseo y ansia esos ojos verdes que todavía no sabían apreciar los detalles que marcan lo hermoso de banal? ¿Qué dirían esos labios cuando tuvieran que hacer algo más que sonreír y posar, ya que su conversación no iba más allá de la de un aula…?

-¿No me vas a contestar?

-¿Debería?

-Bueno, era por dar conversación. Este vagón no es lo que se dice una fiesta. Pero tampoco quiero ser pesado, olvídalo.

Pasan los minutos. Ninguno se mueve. Nadie dice nada. Porque, ¿qué habría que decir?
-¿Se puede escoger cómo crecer?

-Claro. ¿Por qué no se podría?

-Porque es un proceso de desarrollo biológico sujeto a muchas variables. Se da de forma natural y normalmente accidentada, con pruebas para el desarrollo del individuo…

-Estaría bien que me contestaras tu, chaval, y no tus libros de clase. Quizá no sepas qué contestar. De hecho, ¿sabes algo?

-Crecer solo es crecer. Tener más libertades y responsabilidades. No tiene más ciencia.

-Ya pero podrás escoger cómo, ¿no?

-Supongo. O no… no lo sé. Pero imagino que vendrá solo.

-Ese es un pensamiento muy cómodo. Y peligroso…

-Tío, tu flipas.

El Hombre se levanta tranquilamente cuando se escucha una voz femenina y entrecortada por los altavoces… “Próxima estación… Next station…”.

-Pues estaría bien que lo fueras pensado, niño. Podrías empezar por limpiarte esas manchas… que ya dan un poco de asco.

-¿Qué tiene que ver una cosa con la otra?

Él lo pierde de vista cuando el tren para en otra estación. Está algo destartalada, y parece tener poca, gente. Le recuerda a esos edificios de la Gran Vía, pero mucho más sucia y penosa. A pesar de ver como se dirigía a la puerta, no ve al Hombre en el andén. Tampoco en el vagón siguiente ni en ninguna parte. Pero tampoco tiene muchas ganas. Acaba de empezar el viaje, y tiene ganas de pasarlo durmiendo.

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