martes, 10 de abril de 2012

Alienación del sexo II


Mientras la luz de la lámpara continúa parpadeando, Él continúa mirando ese fino alambre de wolframio que por momentos deja la habitación a oscuras. Apenas se escucha ruido algo. Se trata de una noche tranquila en la que ni los vecinos ni los compañeros de piso tienen mucho que hacer. Apenas gira la cabeza sentado en aquella sillas acolchada, un mechón de pelo le resbala por la frente, dejando ocultados unos ojos grises y sin brillo alguno, que apenas llegan a reflejar esa tenue luz parpadeante de la lámpara del escritorio.

Allí desnudo y sentado, echado completamente sobre esa silla acolchada y llena de manchas, mira una cama que poco a poco deja escapar el calor que le quedaba. Entre cada respiración entrecortada la estancia se queda más y más fría.  Lo único que queda es el asomo de una figura sentada y unas sábanas revueltas.

Por su mente solo se esbozan imágenes de lo acontecido. Todo empezaba con un abrazo. Había una chica que entraba por la puerta y todavía era de día. Tras unas sonrisas y palabras, estaban sentados en la cama. Seguían abrazados, pero solo hablaban. A cada segundo que pasaban acurrucados en aquella cama, los ojos de él continuaban fijos en aquella mirada celeste bañada en un rostro moreno y que terminaba en cabello azabache. 

Pasaba el tiempo y quedaba menos luz. Y menos ropa. Estaban más unidos, en un continuo contacto. El frío que trataba de entrar en la habitación no hacía sino forzarles a estar más unidos. Un mordisco en el cuello, una mano acariciando la aquellas curvas desnudas y los últimos rayos de luz del día reflejados en dos mares que oscurecían como el día y se tornaban más negros, como su piel morena; esas eran las imágenes que aparecían ante aquellos ojos grises y allí sentado.

En la oscuridad total solo se oían gemidos ahogados y el roce contra las sábanas. Se revolvían con rabia contenida, arañándose la piel entre continuas exhalaciones. Hasta que en el punto más intenso, cuando la mano de él agarraba con fuerza un mechón de aquel pelo azabache, cuando ella le agarraba con fuerza, tumbada boca arriba y mirando un techo que parecía tan infinito como aquellos segundos. Una suave exhalación al unísono dejaba escapar en un instante toda la intensidad de aquellos momentos. La pasión y la rabia solo dejaron tras de sí una absoluta paz. Si todo empezó con un abrazo, todo terminó con otro. En aquella cama, ella le miraba tratando de ocultar una media sonrisa. Ahogado en la oscuridad de la habitación sentía el contacto con las sábanas de franela y los cabellos de ella sobre su hombro al abrazarle.

Sin embargo antes de decir nada, antes de un “te quiero” lo que se dijo fue un “adiós”. Ella se levantó de la cama, sin prisa, calculado cada paso que daba y tomándose su tiempo para vestirse. Lo hacía con la misma delicadeza que cuando se desvestía, y ella lo miraba de pie junto a la cama, con la misma mirada de suficiencia que él había puesto con otras. No dijo nada. No podía. Ella se fue sin mediar palabra. Lo habían usado como a un crío. Parecía un niño pequeño que quería jugar con los mayores pero solo lo utilizaban, como él había utilizado a las que habían sido más “crías” que él. Pero esta vez, cuando pensaba que era algo más. Algo más que sexo, más que palabras maquilladas que solo dejan entrever un objetivo sin importar la otra, ya que ella no es más que un mero objeto de placer. Ahora las cosas habían cambiado. Había caído. Lo habían usado, engañado, y camelado como tantas veces lo había hecho solo por alimentar su ego, solo por ser otra máquina más sin alma que follaba por deporte y títulos. Ahora Él era el título.

1 comentario:

  1. He abandonado mi espacio y también mi lista de lectura. Ha sido reconfortante (y también complicado, no me lo esperaba) encontrarte. Has evolucionado en tu forma de escribir, y leerte es oler esencia.

    Mariette.

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