Mientras la luz de
la lámpara continúa parpadeando, Él continúa mirando ese fino alambre de
wolframio que por momentos deja la habitación a oscuras. Apenas se escucha
ruido algo. Se trata de una noche tranquila en la que ni los vecinos ni los
compañeros de piso tienen mucho que hacer. Apenas gira la cabeza sentado en
aquella sillas acolchada, un mechón de pelo le resbala por la frente, dejando
ocultados unos ojos grises y sin brillo alguno, que apenas llegan a reflejar
esa tenue luz parpadeante de la lámpara del escritorio.
Allí desnudo y
sentado, echado completamente sobre esa silla acolchada y llena de manchas,
mira una cama que poco a poco deja escapar el calor que le quedaba. Entre cada
respiración entrecortada la estancia se queda más y más fría. Lo único que queda es el asomo de una figura
sentada y unas sábanas revueltas.
Por su mente solo se
esbozan imágenes de lo acontecido. Todo empezaba con un abrazo. Había una chica
que entraba por la puerta y todavía era de día. Tras unas sonrisas y palabras,
estaban sentados en la cama. Seguían abrazados, pero solo hablaban. A cada
segundo que pasaban acurrucados en aquella cama, los ojos de él continuaban
fijos en aquella mirada celeste bañada en un rostro moreno y que terminaba en
cabello azabache.
Pasaba el tiempo y
quedaba menos luz. Y menos ropa. Estaban más unidos, en un continuo contacto.
El frío que trataba de entrar en la habitación no hacía sino forzarles a estar
más unidos. Un mordisco en el cuello, una mano acariciando la aquellas curvas
desnudas y los últimos rayos de luz del día reflejados en dos mares que oscurecían
como el día y se tornaban más negros, como su piel morena; esas eran las
imágenes que aparecían ante aquellos ojos grises y allí sentado.
En la oscuridad
total solo se oían gemidos ahogados y el roce contra las sábanas. Se revolvían con
rabia contenida, arañándose la piel entre continuas exhalaciones. Hasta que en
el punto más intenso, cuando la mano de él agarraba con fuerza un mechón de
aquel pelo azabache, cuando ella le agarraba con fuerza, tumbada boca arriba y
mirando un techo que parecía tan infinito como aquellos segundos. Una suave
exhalación al unísono dejaba escapar en un instante toda la intensidad de
aquellos momentos. La pasión y la rabia solo dejaron tras de sí una absoluta
paz. Si todo empezó con un abrazo, todo terminó con otro. En aquella cama, ella
le miraba tratando de ocultar una media sonrisa. Ahogado en la oscuridad de la
habitación sentía el contacto con las sábanas de franela y los cabellos de ella
sobre su hombro al abrazarle.
Sin embargo antes de
decir nada, antes de un “te quiero” lo que se dijo fue un “adiós”. Ella se
levantó de la cama, sin prisa, calculado cada paso que daba y tomándose su
tiempo para vestirse. Lo hacía con la misma delicadeza que cuando se desvestía,
y ella lo miraba de pie junto a la cama, con la misma mirada de suficiencia que
él había puesto con otras. No dijo nada. No podía. Ella se fue sin mediar
palabra. Lo habían usado como a un crío. Parecía un niño pequeño que quería
jugar con los mayores pero solo lo utilizaban, como él había utilizado a las
que habían sido más “crías” que él. Pero esta vez, cuando pensaba que era algo
más. Algo más que sexo, más que palabras maquilladas que solo dejan entrever un
objetivo sin importar la otra, ya que ella no es más que un mero objeto de
placer. Ahora las cosas habían cambiado. Había caído. Lo habían usado,
engañado, y camelado como tantas veces lo había hecho solo por alimentar su
ego, solo por ser otra máquina más sin alma que follaba por deporte y títulos.
Ahora Él era el título.
He abandonado mi espacio y también mi lista de lectura. Ha sido reconfortante (y también complicado, no me lo esperaba) encontrarte. Has evolucionado en tu forma de escribir, y leerte es oler esencia.
ResponderEliminarMariette.