Se levanta por la mañana con el griterío del piso de arriba.
Las vecinas de arriba se ponen en pie cada mañana y de paso le ponen en pie a él,
quien primero maldice y trata de abrir los ojos para mirar la hora en su
despertador. Nota los párpados casi pegados y un agudo dolor de cabeza comienza
a taladrarle a medida que escucha a las vecinas de arriba, con grito tales como:
“qué me pongo?”, “tenéis los trabajos hechos?”, “ayer no me llamó Javi!”…
Se incorpora poco a poco y trata de levantarse sin perder el
equilibrio. En ese instante un frío le invade el cuerpo y le recuerda que es el
mes de enero junto con que en su edificio no se activa la calefacción por las
mañanas. Rápidamente busca en una montaña de ropa que está en el suelo junto a
la cama y saca una camiseta y unos vaqueros. Se viste (la ropa interior ya
venía con él de la cama) y va desayunar en la cocina.
Recorre los muebles poco a poco y olfateando mientras se consuela
con que queda algo del café hecho la tarde anterior, así como restos de una
hamburguesa de la cena. Solo le tiene que sacar la lechuga y el tomate, al
microondas para calentarla y listo! El
desayuno de los campeones.
Toca la higiene personal. Pero antes va a su portátil,
permanentemente encendido, a poner algo de música e ir despertando al piso.
Aprovecha para calzarse las botas y atraviesa el pasillo rumbo al baño mientras
tararea “Don’t you forget (about me)”. Algo de agua para la cara, un cepillado
de dientes, y las manos para peinarse; y listo. El desodorante y la colonia se
encargarán de mitigar el olor de la cama.
Vuelve a la habitación y coge su carpeta de una mesa llena
de cosas y hojas desperdigadas. Está a reventar, no sabe muy bien qué hay
dentro, pero no importa; malo será que no tenga lo de las clases de ese día…
y esto es por lo único que me gusta tener clase por la tarde.
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