El
agua del grifo cae con toda su fuerza contra los platos. Mientras Él allí de
pie mira absorto la pared de azulejos blancos. Mientras sujeta un plato
grasiento y el agua caliente corre por sus manos su pulso está cada vez más
calmo. A su alrededor la gente discurre en continuo ajetreo. Ven de acá para
allá, comentando esto y lo otro… Qué van a cenar, a qué hora hay clase, cuándo
es el próximo partido.
Sin
embargo por muchas palabras que lleguen a sus oídos Él se queda absorto en sus
propios pensamientos. Allí de pie, inmóvil, hace balance de todo lo que puede.
Ahoga y hace callar cualquier sollozo que pueda salir como si lo ahogara en el
agua donde tiene sus manos hundidas. No es nadie.
Es
uno entre una multitud tan alineada y uniforme como a Él “le gustaría ser”, y
por ello silencia cualquier expresión o atisbo de emoción que osara salir en su
rostro. Solo puede llevar una imagen feliz. Una máscara perpetua. Como si esa
tragicomedia que es su estancia en este mundo nunca pudiera terminar y todo
fuera una pantomima hecha para el divertimento de alguien o algo. Daba igual
que fuera el Gran Hermano quien vigilara o una audiencia desmedida a través de
una cámara y que un piloto rojo estuviera encendido a sus espaldas.
Sin
embargo, a pesar de todo necesita gritar. Arrancar las ataduras de la audiencia
que observa impasible y para su deleite cada movimiento en el tablero del juego
de su vida. Juzgan, comentan, atacan, y siguen juzgando… nunca dejan de juzgar.
Él está atado por las palabras de “jueces” que no deberían tener ni voz ni
voto.
Por
el rato, y hasta que empiece a gritar, hasta que saque esas manos del agua
caliente y balsámica que por parece relajar pero que le quema por dentro;
seguirá fregando los platos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario