lunes, 21 de noviembre de 2011

Manos a remojo


El agua del grifo cae con toda su fuerza contra los platos. Mientras Él allí de pie mira absorto la pared de azulejos blancos. Mientras sujeta un plato grasiento y el agua caliente corre por sus manos su pulso está cada vez más calmo. A su alrededor la gente discurre en continuo ajetreo. Ven de acá para allá, comentando esto y lo otro… Qué van a cenar, a qué hora hay clase, cuándo es el próximo partido. 

Sin embargo por muchas palabras que lleguen a sus oídos Él se queda absorto en sus propios pensamientos. Allí de pie, inmóvil, hace balance de todo lo que puede. Ahoga y hace callar cualquier sollozo que pueda salir como si lo ahogara en el agua donde tiene sus manos hundidas. No es nadie. 

Es uno entre una multitud tan alineada y uniforme como a Él “le gustaría ser”, y por ello silencia cualquier expresión o atisbo de emoción que osara salir en su rostro. Solo puede llevar una imagen feliz. Una máscara perpetua. Como si esa tragicomedia que es su estancia en este mundo nunca pudiera terminar y todo fuera una pantomima hecha para el divertimento de alguien o algo. Daba igual que fuera el Gran Hermano quien vigilara o una audiencia desmedida a través de una cámara y que un piloto rojo estuviera encendido a sus espaldas.

Sin embargo, a pesar de todo necesita gritar. Arrancar las ataduras de la audiencia que observa impasible y para su deleite cada movimiento en el tablero del juego de su vida. Juzgan, comentan, atacan, y siguen juzgando… nunca dejan de juzgar. Él está atado por las palabras de “jueces” que no deberían tener ni voz ni voto. 

Por el rato, y hasta que empiece a gritar, hasta que saque esas manos del agua caliente y balsámica que por parece relajar pero que le quema por dentro; seguirá fregando los platos.

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