miércoles, 18 de mayo de 2011

Suenan unas sirenas

Las sábanas envolvían un cuerpo que se retorcía continuamente. Sus ojos estaban en blanco y cada fibra de su cuerpo se tensaba como una cuerda a punto de romper. Sus articulaciones emitían ese incesante craqueteo “crack, crack, crack” con cada giro, siendo el siguiente más doloroso que el anterior. Su cabello castaño, grasiento y enrredado le cubría cada vez más el rostro. Un rostro que poseía unos ojos en blacnco y unas facciones casi tísicas. Parecía más muerto que vivo con cada gemido. Gemidos que sus cuerdas vocales no dejaban de emitir.

Sus respiraciones se forzaban. Intentaban llenar los pulmones de aire, pero estando a punto de reventar con cada una su caja torácica, como si de un cascarón frágil y quebradizo se tratase. Esos pulmones ya no daban más de sí.

Los puños nunca estuvieron tan cerrados y tan blancos, porque apenas corría sangre por esas venas de la fuerza que las comprimía. Y seguía ese sonido “crack, crack, crack”.

En aquella cama, si sus ojos no estuvieran en blanco podrían ver un techo de madera, negra y carcomida, que parecía venirse encima en cualquier momento. Esas paredes de pintura verde que se caía a pedazos y se agrietaba. O esa moqueta azul, llena de polvo y basura. Restos de comida, panfletos, jeringuillas… solo había basura. Un rastro de colillas apagadas rodeaba en el suelo a la cama. Una cama vieja y con manchas de Dios sabe que o quien. Sábanas ásperas y un colchón duro, pero siempre mejor que ese suelo que podría caerse al piso de abajo; de aquel motel de mala muerte a las afueras de Vallecas. La cara más amarga de Madrid era la que le veía exhalar los que parecían sus últimos alientos en aquella cama.

Por la única ventana se veía la noche, una noche muerta y sin estrellas. Estrellas que no se atrevían a asomar por aquella ciudad tan imponente y en la que sus propias luces desbancaban a las de la noche. Noche vacía y sin firmamento. Eso fue lo que le pareció más triste cuando llegó. Llegada, que empezó en los mejores hoteles de Gran Vía. Sin embargo su salida sería más humilde en aquel motel. No había lujo. No había nad. Nada que mereciera la pena. Y el continuo sonido que nunca paraba porque no podía dejar de moverse “crack, crack, crack” esas serían sus últimas notas. Llegó como estrella, pero no iluminó suficiente. No más que las luces de Madrid.

Se oían sirenas por la ventana. Se aproximaban… quizá esa no era la última actuación de una estrella sin brillo.

Dejó de moverse… “crack, crack…”

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