miércoles, 20 de abril de 2011

Goodbye, London!

Hace frío, y no hay un solo coche que cruce las calles. Londres duerme. En los barrios alejados del ajetreado centro la noche acompaña la calma con una luna llena que guarda el silencio entre los edificios de ladrillo y las casas de estilo victoriano.

Son las 3 de la mañana, una hora tardía para cualquiera y sin embargo todavía hay gente que recorre esos barrios alejados del centro para coger el autobús que les conduzca al aeropuerto y abandonar la urbe británica. Además, escasos autobuses de dos pisos recorren las carreteras con trabajadores y algunos que viene de fiesta… porque en el fondo Londres nunca duerme.Un sitio así, simplemente no puede.

El silencio de las 3 de la mañana lo rompen unos pasos acelerados, una respiración entrecortada, un pecho cansado y un cuerpo molido de horas en pie. Esos pasos que hace no mucho recorrían con tranquilidad la orilla del Támesis, sin prisias y disfrutando del paseo con el sol de media tarde, ahora se desviven por llegar a una parada rodeada de obras en el centro de Stratford. En la zona que albargará los Juegos Olímpicos, esos pasos llevan su particular marcha; pero no están solos. Los acompaña otros más gráciles. Son pasos de mujer, con un caminar más apresurado pero inherentemente delicado. Con esas viejas y roídas Vans que con el desgaste, ganan en personalidad. Son una chico y una chica.

Él lleva una maleta, que se balancea a los lados y no quiere avanzar. Ella se encoje por el frío y enfunda unas manos delicadas en los bolsillos de su chaqueta, mientras sus ojos felinos no levantan la vista del adoquinado.

-Joder, como no lleguemos vamos a tener que esperar una hora aquí y llegarás justo para el avión.

-Ya, perdón por equivocarme con la parada… pero llegaremos a tiempo.

Las voces resuenan en las esquinas de ladrillo y en las aceras que en unas horas estarán llenas de gente. Ese es el desenlace de un viaje que parecía que nunca iba a suceder, y tiene que terminar así… a las 3 de la mañana en un barrio cualquiera y sin tiempo a una despedida acorde con las circunstancias. No hay una glamurosa despedida en el centro de Londres a la luz del día ni frases emotivas o aderezadas que añadan romanticismo a la situación. En este caso solo hay prisa.

-Mierda, Álex. Corre! Que el bus está ahí y lo pierdes!

-Joder..

El último pasajero se sube al autocar que es el único vehículo que hay. Llegan y Álex deja la maleta en el maletero del autobús.

-Dame un toque cuando llegues a casa, que no me gusta que vayas sola a estas horas.

-Como si fuera la primera vez… - esboza una media sonrisa, como si algo le pasara por la mente.

-Entonces dame tu un toque cuando llegues a España, vale?

-Vale…

No hay tiempo para más, un abrazo, un beso… y un:

-Te quiero…

-Y yo…

Se separan, él desembolasa sus 8 libras para el billete y la puerta se cierra. Se sienta, y mira por el cristal buscándola, pero ya no está. No hay restro de esos ojos felinos y esa sonrisa. No hay rastro del pelo cobrizo ni de la piel morena. Se ha esfumado en la noche londinense. Él se duerme en esos asientos mientras el autobús deja atrás la ciudad y se encamina al aeropuerto. Cuando se baja para coger la maleta, rodeado de apresurados turistas que vuelven o se van, suena su móvil. Es ella… bueno, al menos ya hay alguien que ha llegado bien a casa.

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