lunes, 17 de enero de 2011

La canción más bonita del mundo

Cada noche al acostarse se hacía la misma pregunta: ¿Cuál era la canción más bonita del mundo? La lista era demasiado larga, y conocía tan pocas canciones que no se atrevía a decir una. Mientras vagueaba en el sofá o iba a clase, o hiciera lo que hiciera; pensaba en todas las canciones que para ella eran candidatas.

Mara, una chica de 17 años, era quizá demasiado joven para contestar esa pregunta. Una soñadora que odiaba los límites y clamaba que la música no se podía clasificar, solo escuchar. Si el fútbol es fútbol, la música solo era música, y solo necesitaba escucharla. Para qué decir qué era mejor o peor. Qué más daba si lo Beatles o los Rolling, estaba tan empapada de ambos que no entendía su vida sin ninguno de ellos, ¿por qué enfrentarlos?

Angie, le encantaba escucharla antes de irse a dormir. Cada vez que escuchaba Yesterday se le abría el alma. No sabía cómo lo hacían esos chicos, pero sin conocerla le llegaban más adentro que toda la gente que conocía… ¿quizá por eso eran tan famosos, no? Podía ser que la canción más bonita fuera aquella que más le llegara, o que le llegara a más gente. Aunque, ¿cómo podía alguien hablar de su canción preferida o de la “mejor”? Cada vez que esas ideas se le acercaban a la mente las espantaba. Sin embargo, cada vez se le acercaban más, y no se iban.

Los 17 era una edad difícil para una adolescente con tantos pájaros en la cabeza. Una chica que no paraba de cambiar. Cuya vida giraba en torno a la música. Alguien que tenía una canción para cada momento del día… para cada estado de ánimo. Se preguntaba si llegaría el día no tuviera una canción que escuchar, algo que la definiera en ese instante, algo con lo que identificarse. Cada vez le costaba más encontrar la canción adecuada, y que ese momento llegara le asustaba profundamente. Le asustaba tanto como decidir cuál era la canción más bonita del mundo. Ahí dejaría de ser ella, la misma chica sin límites que decía que la música solo estaba para que alguien la escuchara, y que cada canción estaba hecha para que otra persona, en cualquier parte del mundo; se identificara con ella. Por eso no debía de clasificar a la música, porque era clasificar a la gente. Eso era impensable para esa soñadora amante de las emociones fuertes y del senderismo. Que no soportaba las historias de amor, pero que las escribía. Que decía que la poesía era para “nenazas”, pero que escribía poemas solo para sentir que no estaba muerta por dentro. Una chica de 17 años llena de contradicciones… que decía que la música no se debía clasificar, pero que a la vez empezaba a verse engullida por esa vorágine llamada desprecio.

Alguien que pasó de decir “No me gusta” a darte motivos para que odies aquello que escuchas. Por eso cada día que veía que las cosas se descontrolaban, que no era ella la aquella persona. Cuando no se podía reconocer, ponía Angie antes de irse a dormir. Eso le devolvía al mundo, a su vida. La sacaba de esas ideas peregrinas incómodas de falsas apariencias y desprecio. A veces quería ser idiota para pensar hasta esos límites, pero si llegaba a ellos era porque ya era idiota. Siempre tendría Angie antes de irse a dormir.

2 comentarios:

  1. Tu entrada me recordó a este grupo: http://www.facebook.com/pages/Amaia-seguimos-esperando-que-escribas-la-cancion-mas-bonita-del-mundo/367825273272

    Tengo un amigo aquí en Madrid que también está obsesionado con la adolescencia y la música, seguro que os llevaríais bien ;P

    Por cierto, ¡¿cómo te va?! Hace siglos que no sé nada de ti, hombrepordios! ¿También de exámenes?

    ResponderEliminar
  2. Mis cascos son mi energía vital. Me siento tan mustia si no escucho música...

    ResponderEliminar