lunes, 6 de diciembre de 2010

Hora de hacer compras

Las tiendas están abarotadas, mientras los villancicos suenan desde los altavoces del centro comercial. La ciudad está atestada de gente. Es sábado por la tarde y aunque con mucho frío; se puede ver el cielo por por primera vez en días sin que la inportuna lluvia lo manche. La gente camina pensado en qué comprar por los pasillos del centro comercial. Llevan bolsas y más bolsas con regalos y planean comprar más regalos. Más y más.

Mario está sentado en una escaleras de la salida, junto a unas grandes puertas por las que solo entra gente, pero nunca sale. El no lleva bolsas porque no las necesita. Por ahora solo mira, allí sentado apoyado contra la pared, como la gente va de un lado a otro. Esos infernales villancicos siguen sonando. Mientras chupa una piruleta se pone sus cascos y comienza a escuchar música para sacarse ese particular infierno musical navideño de la cabeza. En medio de aquella particular oda al consumismo desaforado él se encuentra ajeno al mundo, con su sudadera gris y sus vaqueros azulesdescoloridos. Lleva un colgante como el que le había visto a Damon Albarn en una vieja revista años atrás. Sus deportivas preferidas, desgastadas y sucias de tanto correr. Su barba, descuidada y de joven de 19 años, oculta una cara cansada y perezosa, ojerosa de días sin dormir. Ese chico es el patetismo reencarnado en la flor de la vida.

Despacio se levanta mientras la gente continúa pasando a su alrededor como si no estuviera, porque son ciegos para todo aquello que les desagrada; y ver a ese chico lo hace. Mientras se estira como si estuviera recién levantado de la cama mordisquea lo que le quda a la piruleta y se encamina a la tienda de ropa que está enfrente. Entra en aquella tienda, de una de las grandes multinacionales de la ropa, para ojear de forma discreta y con disimulo alguna prenda.

En ese instante una inyección de adrenalina le acelera el pecho, sus pupilas se contraen y sus músculos se tensionan. Agarrando cuatro perchas distintas se lanza a la carrera dejando atrás a los vendedores atónitos y a las alarmas antirrobo pitando entre el bullicio de compradores y los villancicos.

Atraviesa con cuidado el tumulto que intenta entrar para hacer sus compras mientras se escuchan los gritos de viejas con sus abrigos de piel de animales y su excesivo maquillaje gritar como posesas al “criminal que les ha empujado”. Los de seguridad le persiguen a la carrera, porque lo que ese “criminal” se lleva cuatro prendas que valen lo que cada uno de ellos cobra en un mes.

Mario escapa entre la gente de la calle y olvidando cualquier frío que pudiera hacer fuera. Da igual que los semáforos estén todos en rojo, o que un autobús esté a punto de pasarle por encima: no deja de correr. Se encuentra más vivo que nunca en esos momentos, es su droga personal. Ahí en los instantes en los que todo queda lejos y fuera de él. Nada está a su alcance y menos unos de seguridad que hace tiempo que le perdieron la pisata.

Finalmente entre unas callejuelas ralentiza el paso y se calma. Su pulso disminuye y su respiración se suaviza. Coge las perchas y se las da un mendigo que pide limosna a la entrada de un supermercado. Ahora toca ir para casa.

2 comentarios:

  1. Pensé que sería el típico texto "anti-navideño", pero me has dejado realmente asombrada.
    ¡Genial! :D

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