lunes, 15 de febrero de 2010

El repentino canto de los pájaros le despertó. Era un día diferente. Eran carnavales. La gente recorrería, disfrazados, las callejuelas como ratones de alcantarilla, por el único placer de variar sus insulsas y estresantes vidas. Eran las 10.00. Temprano para un festivo. No había clase, y ello, volvía el día un poco más apetecible de lo normal. Solo un poco. Se levantó. Se dirigió al baño, se duchó. Vestirse. Desayunar. Cepillarse los dientes. Despeinarse cuidadosamente. Estaba listo para salir. Eran las 11.00. Salió de la puerta de su pequeño piso, otro más de la decadente metrópolis. Con su hermosa fachada, balcones, enredaderas… Parecía sacada de un barrio del centro de París en pleno s. XIX. Pero estaba envejecida por todos aquellos años. Demasiado desgaste. Él se encaminó sin un rumbo fijo como solía hacer. Saludó al kiosquero. Saludó a la dueña de la librería, que colocaba minuciosamente sobre el mostrador de su establecimiento los ejemplares de los diarios matutinos. Se fijó en como unos niños jugaban a la pelota en una de las plazas que hay entre las numerosas torres de apartamentos modernos que convivían con las viejas glorias, como en el que Él vivía. Una señora pasó a su lado, discutiendo con su marido acerca de cómo se vestiría “el niño” para ir a la cena familiar del domingo, mientras él cargaba con las bolsas de la compra, siguiéndola de forma sumisa y con expresión de cansancio. Continuaba caminando, ya llevaba una hora deteniéndose en algunos de los pocos bancos que se salvaban de algunos grupos de jóvenes; los cuales encontraban divertido destrozar el mobiliario urbano y lo hacía a conciencia por toda la ciudad. Llegó a un parque, uno de las pocas zonas enteramente verdes que quedaban entre toda la vorágine de hormigón que crecía de forma constante en todas las direcciones; incluso hacia arriba. Se sentó en la hierba. Estaba tranquilo, observando cómo la gente iba de un lado a otro. Que si unos corrían, que si otros paseaban al perro. Imágenes bucólicas de mañana. Eran las 12.17. Estaba frustrado. Sin motivo. Esas cosas pasan. Cada vez se encontraba peor. ¿Por qué? Comenzó a pensar en sus amistades, conocidos, vida en general. Todo perfecto, o casi perfecto. ¿Entonces a qué venían esas dudas? ¿Eran acerca de las clases? ¿Acerca de sus amigos? Los mismos que, en ocasiones, funcionaban como una sólida red de seguridad. ¿Mujeres? ¿Orientación sexual? Descartada, esa pregunta le vino años atrás y la contestó. ¿Principios? ¿Qué coño pasaba? Lo entendió. Tumbado en la hierba, rodeado de árboles, de gente con su rutina, su camino, tuvo una mísera duda, que se le iba clavando profundamente en la yugular como un mordisco. Algo que en otras circunstancias no es más que un pensamiento pasajero que continúa su camino hacia ninguna parte, se quedó; de forma indeseable. Era un fracaso, él lo era. Un figurante con ganas de llegar a ser el héroe de su propia y auto escrita novela. Pero que siempre se quedaba a medias. Con todo. Con todos. Que lo tenía todo y nada. Sonaba deprimente, como un payaso que no hace gracia o una puta que muere virgen. Precisamente por pensarlo: era un fracaso.

2 comentarios:

  1. que quiere decir ese "bueeeno" ¿? xD
    "él" necesita un abrazo, por cierto

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  2. Debería hacerse ''la pregunta'' de nuevo xDD

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