miércoles, 24 de febrero de 2010

No sé como titularlo

No es la primera vez que escribo acerca de los profundos, y banales, pensamientos que me reconcomen el alma por dentro. Una sarta de comentarios acerca de las idas y venidas de cabeza, que incluso a mí me resultan raras, extrañas o simplemente anormales. Las últimas me han llegado por la falta de sueño de estos días, el estrés por tener que estudiar; más las pocas ganas de hacerlo, y una inseguridad que se me extiende por el cuerpo como un cáncer. De una situación así lo único que sale es algo malo. No sé cómo expresarlo. Un puñetazo en la mesa es la mejor descripción, un único y simple gesto; pero que, en mi caso, significa tanto. Esas ansias que siente uno de cuando ve a la persona adecuada en un uno de esos pasillos rebosantes de estudiantes en el instituto. Agarrarle la cabeza cuando te lo cruzas de frente y estampársela contra la pared. Violento: sí. Inapropiado: sí. ¿Lo haré? Nunca. Pero poder imaginártelo es tan reconfortante. Solo idealizar una gota de sangre cayendo suavemente por la pared de plaquetas blancas, para formarse un charco; creciendo continuamente… Hasta puede ser bonito. Y con un poco de pintura bien mezclada lo podríamos ver. Hasta si se grabara podría ser, yo que sé… poético. La música adecuada, mientras vez como una gota de color rojo baja por una pared blanca, dejando un rastro tras de sí, hasta llegar al suelo. No ceso en mi empeño de cavilar si esto me convierte en un sádico que quiere ver una maldita gota de sangre. O en otra persona más, con una ganas de que todo termine, que explote. Para luego aparecer unos créditos de letra color blanco sobre un fondo negro y un FIN, tan grande que hasta el más ciego de la sala pueda apreciarlo. Todo tiene un principio y un fin. Y cuando uno se ha puesto para el público una máscara sonriente y agradable, bien ceñida sin que no se note la diferencia del rostro de siempre, para ocultar esa desgana que lo llena y lo corroe por dentro, con todo lo que ello implica, ya ha perdido. Has caído en tu propio pozo de autocompasión. Estás cómodo y no quieres salir. Piensas que eres repugnante y ello solo te hunde todavía más. Solo quieres tocar fondo para poder empezar a subir, escalando esa pared pedregosa, pero nunca sabes dónde está ese fondo. Quieres mandarlo todo a la mierda, que se pudran todo y todos. Pero también quieres cumplir porque “todo” te importa demasiado. No tienes valor para rechazarlo todo, sin embargo tampoco lo tienes para subir y pelear. Estás entre dos mitades totalmente opuestas, y allí solo puedes ahogarte. No sabes cómo subir, y aunque lo sepas no quieres. Pasas del odio a los demás, a la gente en general; por lo estúpidos que son, al odio propio por pensar así. Mientras tanto vas bajando, cayendo, como esa gota de sangre que tanto te gusta observar de cerca. Cae por su propio peso, como tú.

No hay comentarios:

Publicar un comentario