sábado, 16 de enero de 2010

Una tormenta

El viento azota la puerta. El ruido del movimiento de las ramas inquieta a los vecinos. Era un día tranquilo con un sol radiante y espléndido, pero en poco tiempo se convirtió un infierno para el barrio. El clima les estaba jugando una mala pasada a los habitantes de uno de los muchos barrios residenciales de las afueras de la ciudad, con todas sus casa iguales: blancas, dos plantas y garaje. Con un pequeño jardín donde la Sra. Manson, la vecina de enfrente, cuidaba todos los días sus petunias y geranios, sus arbustos y tulipanes. En definitiva, su vergel. El Sr. Simpson, el hombre de la casa de al lado, era algo más reservado, y carecía de jadín. Únicamente cuidaba su césped, el cual regaba cada domingo que no lloviera, y el manzano que en él había.

Ambos dos vecinos, ya mayores y muy entrados en canas, estaban cada uno en sus respectivas casas, tumbados en sus sofás aterciopelados, mirando las noticias por la TV, con el mando a distancia en una mano y la linterna en otra. Ambos tenían junto al sofá la caja de herramientas y algo de sopa instantánea recién preparada, que despedía un intenso aroma a pollo y especias.

Al igual que estos dos vecinos, el resto de los habitantes de aquella zona residencial estaban igual. Preparados para el castigo de las fuerzas de la naturaleza, quienes se disponían a asestar un buen golpe sobre esa pequeña comunidad de las afueras de la metrópolis. El parte meteorológico alertara a los vecinos a tiempo. Algunos incluso, temerosos de la ira de Dios, se guardaron en sus refugios nucleares y cámaras del pánico. El Sr. Simpson tenía también un refugio. Una pena que datara de la Guerra Fría, y su comida enlatada caducara en 1982. Incluso esa lata de alubias que parecían resistentes, quien sabe por qué, al paso de los siglos.

Entre esa situación de pánico, con las calles desiertas, pues todos los coches estaban en sus respectivos garajes, Timmy salió a la calle. Ese pequeño jilipollas alterador del orden público, que tanto adoraba la Sra. Manson por su cara angelical, y tanto detestaba el Sr. Simpson por su cabello, largo y descuidado. Por su música de chico de 17 años. Por sus mordaces comentarios; por la edad que pasaba.

El “pequeño” Timmy salió a la calle, a pesar de las recomendaciones de Papi y Mami de lo contrario. ¿Cómo puede la gente perderse un espectáculo de vientos huracanados, truenos y rayos? Eso era mejor que la montaña rusa del parque de atracciones. Mejor incluso que aquel concierto de Bruce Springsteen, el cual se pasó la mayoría del tiempo en un baño portátil con una chica que debía tener 5 años más, estaba borracha, y estaba muy buena. Timmy sonrió para sus adentros al recordar aquel baño portátil.

El viento, ya arrancara muchas ramas y tirado muchos contenedores. Pero Timmy correteaba en el parque del centro del barrio, como cuando tenía 5 años. La arena del arenero se esparciera en su totalidad por el parque y estaba continuamente en el aire, que junto a las señales dobladas, le daba a la escena un toque post-apocalíptico. Timmy estaba a lo suyo, reía, corría, escuchaba música con sus cascos.

Ese día sería para recordar, incluso después de ir ingresado al hospital con una pierna rota, por un contenedor que se le vino encima cuando iba de un lado a otro de las calles desiertas. Todas las casas blancas, tan alineadas milimétricamente, juntas, perfectas; solo albergaban a ciudadanos temerosos. Al menos una de esas casitas de cuento de hadas, o de pesadilla de terror, podría presumir de albergar un indómito estúpido y temerario. Alguien quien podría presumir, de la compañera de habitación del hospital con quien también estuvo en el baño, y de que estaba más vivo que todos.

1 comentario:

  1. a mí me encantan las tormentas, son todo un espectáculo. pero me da que el pequeño Timmy más que ver las tormentas, las lleva dentro ;)

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