domingo, 15 de noviembre de 2009

Lluvia y hormigón

La lluvia anegaba la calzada, mientras que los ya muy escasos coches circulaban tan lentamente como podían. El ruido producido por el continuo e incesante golpeo de las gotas de agua que caían con fuerza de un cielo gris y oscurecido.

La mirada del grupo se dirigía a los bordes de la carretera, donde veían como el alcantarillado, rebosante de agua, expulsaba a ésta de sus entrañas al exterior; anegando, si cabe más, el asfalto.

A pesar de esta estampa pseudo-apocalíptica, todos los que viajaban en el autobús estaban contentos de ver aquel panorama. Las calles casi vacía, había sido substituidas por riachuelos. Los balcones de los edificios colindantes al bulevar, se vieron convertidos en cascadas. Y la paz se establecía en una pequeña ciudad, donde sus habitantes se vieron derrotados pos la lluvia, un elemento con el conviven de siempre. Por todo ello los viajeros de esa línea de domingo en el autobús local se sentían como aventureros en un mundo de acero y hormigón. Vacío. Pero que ellos sabrían como llenar, cuando ese gran autobús rojo, que ponía la discordante nota de color al paisaje apagado, les dejara en su destino. Era otra pequeña aventura en la monótona y aburrida vida de una gente de la ciudad que se negaba a esconderse en la profundidad de sus moradas de ladrillo.

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