Abrimos la puerta y tenemos una cama. Una cama mullida, con
sábanas de algodón, suaves y que todavía conservan ese olor a recién lavado.
Que todavía conservan un olor a limpio y fresco. Es una cama echa al milímetro.
La manta, marrón y con un estampado floral, sobresale exactamente lo mismo por
los dos lados. Encima, sobre la almohada, hay un par de viejos cojines pero que
todavía parecen ser jugosos y blandos. La habitación está limpia ordenada. Con
un papel pintado pasado de moda, pero con colores cálidos y una lámpara en un
extremo de la estancia que junto a la del techo iluminan el cuarto al completo.
La luminosidad del ambiente se aviva con cuadros de vivos colores en las
paredes. Un gran espejo en la otra esquina le otorga profundidad y amplitud a
la habitación. Sin embargo no hay ninguna ventana.
Por la puerta pasa un viejo decrépito, de figura encorvada y
aquejado de una tos constante y no demasiado fuerte que le obliga a pararse
varias veces en su camino a la cama. Su ropa parece tan desfasada y bien
cuidada como el resto del cuarto y todo ello sumado a su extrema calvicie,
arrugas y unos ojos apagados y sin luz que precisas de gafas para ver; una
extrema vejez.
Se arrodilla ante la cama y tras meter la mano debajo saca
un pequeño congelador totalmente plano. Lo saca por completo y resulta ser
considerablemente grande. Al abrirlo se pueden ver tarrinas de helado de
vainilla. Muchas tarrinas de helado de vainilla, y en el medio de todo: una
cabeza.
Es una cabeza de mujer,bien conservada y con una perpetua
expresión de terror en su semblante. El pelo está bien peinado y no es de los
que se estilan hoy día. Además el maquillaje sigue intacto, y el rojo de los
labios igual de intenso que la vez que se los pintó.
El viejo coge la cabeza y la pone encima de la cama.
Posteriormente se acerca a una mesilla de noche que está junto al cabecero de
ésta y saca un peina y una cuchara. Se sienta en la cama junto a la cabeza y la mira con una
expresión tierna.
-Buenas noches, Sabela. Tengo hambre y me voy a tomar un helado
antes de dormir que son digestivos. De vainilla, tu preferido. Pero no te puedo
dar que el médico dijo que tenías que controlar el colesterol.
Así empieza a comer cada cucharada lentamente, disfrutando
con una expresión de placer ante un helado de vainilla. Mientras sus ojos se
posan sobre ese rostro aterrado de la mujer y con la otra mano agarra el peine
y se lo pasa con suavidad por la cabeza. De poco importa pues el pelo está
perfectamente congelado y uniforma, pero él parece no percatarse y sigue
peinando y comiendo helado de vainilla.
-Sara, no me mires así. No puedes tomar helado…
Se queda quieto y callado unos instantes.
-Sandra! Déjalo ya, no puedes tomarlo, ya sé que es tu
preferido. Pero no puedes.
Sigue peinándola son cuidado. Despacio y calculando cada gesto,
sin que los parones por la tos le distraigan.
una cosa es que sueñes que me matas, pero esto, señor bateman!
ResponderEliminar