jueves, 8 de septiembre de 2011

Helado a medianoche


Abrimos la puerta y tenemos una cama. Una cama mullida, con sábanas de algodón, suaves y que todavía conservan ese olor a recién lavado. Que todavía conservan un olor a limpio y fresco. Es una cama echa al milímetro. La manta, marrón y con un estampado floral, sobresale exactamente lo mismo por los dos lados. Encima, sobre la almohada, hay un par de viejos cojines pero que todavía parecen ser jugosos y blandos. La habitación está limpia ordenada. Con un papel pintado pasado de moda, pero con colores cálidos y una lámpara en un extremo de la estancia que junto a la del techo iluminan el cuarto al completo. La luminosidad del ambiente se aviva con cuadros de vivos colores en las paredes. Un gran espejo en la otra esquina le otorga profundidad y amplitud a la habitación. Sin embargo no hay ninguna ventana.

Por la puerta pasa un viejo decrépito, de figura encorvada y aquejado de una tos constante y no demasiado fuerte que le obliga a pararse varias veces en su camino a la cama. Su ropa parece tan desfasada y bien cuidada como el resto del cuarto y todo ello sumado a su extrema calvicie, arrugas y unos ojos apagados y sin luz que precisas de gafas para ver; una extrema vejez.

Se arrodilla ante la cama y tras meter la mano debajo saca un pequeño congelador totalmente plano. Lo saca por completo y resulta ser considerablemente grande. Al abrirlo se pueden ver tarrinas de helado de vainilla. Muchas tarrinas de helado de vainilla, y en el medio de todo: una cabeza.

Es una cabeza de mujer,bien conservada y con una perpetua expresión de terror en su semblante. El pelo está bien peinado y no es de los que se estilan hoy día. Además el maquillaje sigue intacto, y el rojo de los labios igual de intenso que la vez que se los pintó. 

El viejo coge la cabeza y la pone encima de la cama. Posteriormente se acerca a una mesilla de noche que está junto al cabecero de ésta y saca un peina y una cuchara. Se sienta en la cama junto a la cabeza y la mira con una expresión tierna. 

-Buenas noches, Sabela. Tengo hambre y me voy a tomar un helado antes de dormir que son digestivos. De vainilla, tu preferido. Pero no te puedo dar que el médico dijo que tenías que controlar el colesterol.

Así empieza a comer cada cucharada lentamente, disfrutando con una expresión de placer ante un helado de vainilla. Mientras sus ojos se posan sobre ese rostro aterrado de la mujer y con la otra mano agarra el peine y se lo pasa con suavidad por la cabeza. De poco importa pues el pelo está perfectamente congelado y uniforma, pero él parece no percatarse y sigue peinando y comiendo helado de vainilla.

-Sara, no me mires así. No puedes tomar helado…

Se queda quieto y callado unos instantes.

-Sandra! Déjalo ya, no puedes tomarlo, ya sé que es tu preferido. Pero no puedes.

Sigue peinándola son cuidado. Despacio y calculando cada gesto, sin que los parones por la tos le distraigan.

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